Sicilia. Primer round 

Sicilia. Primer round 

El que avisa no es traidor, por eso antes de empezar cualquier crónica advierto que mis vacaciones van mayormente de patear ciudades de arriba a abajo descubriendo la arquitectura, el Urbanismo y las costumbres de cada lugar por donde paso, lo más lejos posible de las hordas de turistas convencionales.

Había planeado visitar esta isla desde 2019, pero en eso llegó el Covid y pasó lo que pasó. Cuatro años después resulta que seguimos vivos y yo fui dejando oara después lo que debió haber sido hace mucho tiempo. Sabía desde el inicio que Sicilia sería especial por la cantidad de historia encerrada en este pequeño lugar.

He visto unos cuantos videos de viajeros, de influencers que han pasado por aquí y me han reducido esto a comer y poca cosas más. A estas alturas ya yo como poco y no puedo darme los atracones de antaño, así que decidí coger con pinzas toda esa información y echarla a la basura. Partí la isla en cuatro pedazos, encargué un carro y me haré a la carretera.

Pero eso será más adelante. Hoy no se puede hacer mucho. Que nos hemos levantado a las dos de la mañana para tomar el avión de las seis. No sé por qué moña, nos hacen estar en el aeropuerto con tanto tiempo de antelación si haces el check-in en casa, haces la entrega de maletas tú solo y después tienes que esperar como un comemierda mirando aviones tres horas allí.

Uno no está para los trotes de antaño, pero, hoy es el primer día del año que salgo a la calle, a una calle, en mangas de camisa.

Pensaba caminar lo necesario, con la justificación de tomar el sol. Pero resulta que en este lugar todos los días hay sol. El sol no es escaso como en Berlín. Caminando lo necesario llegué a la plaza Quatro Canti, que es decir Cuatro caminos, pero a lo grande, con unos edificios que pa qué, rodeado eso sí de mil turistas que como yo necesitan pavonearse en selfies en las redes sociales, poniendo la boquita así 😘.

Y allí mismo el arquitecto que llevo dentro y yo, convencimos a la tropa de que esto no es lo nuestro. Y lo que había comenzado como una primera caminata para entrar en calor terminó como siempre, en trescientas y tantas fotos dentro de una iglesia barroca como solo la pueden imaginar un italiano. Y de ahí nos fuimos a otra y a otra más y cuando habíamos sobrepasado los dieciocho mil pasos, hasta el móvil se negó a seguir el maratón.

Capitulamos. Nos sentamos a la mesa, a una mesa cualquiera en medio de la calle a probar esas bolas que aquí llaman aranccinas y que son una suerte de todo en uno. Para decirlo simple, una especie de papa rellena a la que en vez de papa han puesto arroz amarillo.Interesante.Mi problema con la comida italiana parece insoluble. O quizás sea la expectativa creada por tanto influencer americano.

Lo verdaderamente único son esos canolis que no hay manera de describirlos. Los tenemos en Berlín, pero aquello es pura azúcar y mucha desvergüenza. De estos me comería dos, pero tenía que dejar espacio para un Gelato doble, materia en la que los italianos como en la arquitectura van tres pueblos delante del pelotón.

En mi plan de contingencia, para mantener a la tropa en la calle, yo había hablado de un lugar en el que según esos mismos influa-americanos se venden the best pizzas in town, incluyendo una pizza con salsa verde con muy buena pinta, pero después de aquel atracón, el solecito y habiendo completado casi treinta y seis horas sin dormir yo y mi compadre el arquitecto que llevo dentro tiramos la toalla.

Aceptamos irnos a casa y echarnos una siesta, porque ya no estamos para esos trotes. Ni yo, ni el arquitecto, ni aquella mujer a la que mataron a las tres de la tarde, Lola recuerdo que le decían.

Y aquí estoy, en pelotas, en la cama a las seis de la tarde, listo para salir a andar La Habana. O lo que podría haber sido, o sea, Palermo. Cualquier ciudad del mediterráneo me trae recuerdos de una Habana que nunca fue y que querríamos que fuese sido. Nunca tuvimos iglesias barrocas. Ni misas con todos los bancos llenos y gente de pie en los pasillo presignandose cada dos por tres. Lo nuestro siempre fue diluido.

Ahora, que los móviles y los cuerpos han recuperado la energía nos vamos a ver Palermo de noche y ver qué tal son esas pizzas de color verde que hablaban los americanos. Y hacer mil fotos más de edificios, que a eso mayormente he venido. El que avisa no es traidor, así que están advertidos.P. D. A las ocho de la noche, solo el olor a comida que llega hasta el tercer piso ha logrado sacarnos a la calle.

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