Halle neun

Halle neun

El clima es una mierda, cielo gris y llovizna permanente como casi todos los fines de semana. Es Berlín.

La gente se aprieta en los bancos, las escaleras, los pasillos. El vino y el queso, el cappuccino acompañados de tarta de queso, pizzas italianas, dumplings polacos, platos iraníes de nombres impronunciables llenan las mesas. La algarabía obliga a gritarle al vecino. Es Halle neun (Pabellón nueve) en Kreuzberg. Lo dije, es Berlín.

Gente de piel oscura, gente de piel pálida, de ojos rasgados, de ojos azules, cabellos rubios y negros azabache. De cuello y corbata, hippies y rastafaris. Hay de todo, ciento y tantas nacionalidades y cocinas y músicas y costumbres y religiones. También es Berlín.

Pero el partido AfD ha dejado claro que, en caso de llegar al poder, deportará a todo aquel que no tenga el color, la religión, la comida o la manera de bailar correctos. Pondrán fin a la algarabía, a la alegría, a la diversidad. Los puestos de comida asiática y árabe habrán de cerrar, se vaciarán los anaqueles de vino francés y quesos italianos, se enfriarán los hornos turcos y dejará de oírse la bachata como música de fondo.

Echarán el cerrojo a Halle Neun y a Berlín.

Gente que se ausentó a clases de historia, que desconoce o quiere desconocer cómo terminó un experimento similar hace setenta y nueve años.

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