¿Conoces a Melissa Vargas?

¿Conoces a Melissa Vargas?

— ¿Conoces a Melissa Vargas? 

— No creo. 

— Es cubana — agrega.

No es la primera vez que me preguntan si conozco a un coterráneo por su nombre.

— Lo siento, no tengo la menor idea de quién pueda ser la señora.

Mi colega me habla entonces del buen desempeño de esta chica nacida en Cuba que ha impulsado al equipo nacional turco hasta alcanzar niveles nunca antes vistos. A tal extremo la criolla es una sensación en aquella tierra que muchos niños, inspirados en su ejemplo, ahora quieren ser como la Vargas.

— Es toda heroína en Turquía. — me dice—  ¿De verdad que no conoces a la cubana?

No, no conozco a Melissa Vargas. Como tampoco conozco a los cientos de miles de cubanos, que cansados de ver ninguneado su talento en la isla, se han marchado a tierras donde se les reconoce su valor y hoy son exitosos.

Con cada talento que se marcha, Cuba se desdibuja un poco más y hoy es solo una imagen enclenque de lo que pudo ser. 

Hace días leí que la República Dominicana nos ha destronado en la elaboración de tabacos de calidad. Entre otras cosas, sin demeritar a los “Tigueres”, debido al impulso del know-how que los tabaqueros cubanos, emigrados a partir de 1959 han traspasado a la isla vecina.

Historias similares muestran otros productos otrora orgullo nacional. Azúcar, la salsa, el turismo, el ron. Hace un par de años la eterna botella de ron Havana Club que permanecía en casa para ofrecer a visitas y amigos ha cambiado en favor de otros rones de centroamérica que sobrepasan con creces la calidad del ron nacional. 

—  Nuestro vino es agrio, ¡bóta esa mierda y compra uno que valga la pena! — me grita el busto descascarado del apóstol.

¡Imagínate si yo le voy a creer a “cualquiera” que venga y me diga que es el arquitecto que creó este edificio! me dijo la jefa de relaciones públicas del Hotel Meliá Habana hace años. Es lógico que piense así en un país que importa proyectos extranjeros y relega a los profesionales nacionales al papel de mano de obra barata de arquitectos foráneos, muchas veces con menos conocimientos. Pero lo importante es que sea extranjero. Como reafirmación de su desprecio por lo cubano, el gobierno levanta hoy un monumento a la mediocridad de 42 pisos de alto en el centro de la capital cubana concebido en quién sabe dónde. ¿Qué vendrá después? ¿Qué puede ser peor? Nadie lo sabe, pero será extranjero, porque para el gobierno cubano si es extranjero es mejor.

— ¿De verdad que no conoces a Melissa Vargas? — El eco de la pregunta llena el aire.

No, no la conozco. Los cubanos somos los eternos desconocidos de los cubanos. Da igual si decidimos con un jonrón la serie de grandes ligas, si ganamos una olimpiada de matemáticas en París, si tenemos una actuación meritoria en ajedrez en un torneo en Londres o si elaboramos el proyecto de un rascacielos en la capital alemana; ningún periódico de la isla va a mencionar el nombre.

— ¿Tú te sientes alemán? — me preguntó una chica el sábado pasado al notar mi entusiasmo al mostrarle Berlín.

—  Yo no me «siento» alemán. Yo soy alemán. A mí y a muchos otros se nos ha ido secando la isla dentro y ahora somos y nos sentimos de donde nos respetan, nos quieren y a veces hasta nos admiran. 

Por eso, no es de extrañar que si la bandera turca se iza en el campeonato del mundo, a la jugadora con el número 4 se le agüen los ojos en agradecimiento a su nueva tierra. Porque uno no es de donde le dicen que es sino de donde lo quieren.

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