Crítica de Arquitectura

Crítica de Arquitectura

El artículo en la prensa alemana titulado «Estos son los peores edificios nuevos de Berlín – y los estamos derribando» me deja claro el vacío que ha dejado la figura de Eusebio Leal en temas de crítica de arquitectura.

Su programa «Andar La Habana» no era precisamente un programa de crítica o adulación arquitectónica, pero fue al menos la única posibilidad en décadas que en Cuba se miró una ciudad, al menos una, en términos arquitectónicos y urbanísticos. Hace veinte años dejé la isla, pero no creo (corríjanme si no es así) que haya otro programa en la misma línea y con tanto alcance como tuvo aquel, que además nos dejó en la canción tema, un himno a esa ciudad.

La ausencia es más notoria en la prensa escrita tan ocupada en cubrir el fin del mundo en Chipre. He leído y visto algunos intentos por parte de la prensa independiente e influencers en sus redes sociales de describir el patrimonio urbano de la nación y no solo de La Habana. Pero son escasos y débiles por falta de recursos.

Hoy, más allá de las Escuelas de arte de La Habana, la Casa de la cultura de Velasco y el puente de Bacunayagua, pocos cubanos podrían enumerar obras arquitectónicas fuera de su ciudad que tengan relevancia arquitectónica, histórica o cultural para la nación y a qué deben su relevancia. Y ni hablar de construcciones fuera de las fronteras. Es duro decirlo, pero en temas de arquitectura el pueblo cubano tiene una incultura monumental.

Por supuesto, no todos tienen por qué nombrar de memoria edificios o arquitectos, como yo no puedo nombrar tres directores de orquesta relevantes para la historia de la música1. Precisamente para eso está la crítica en la prensa o los libros especializados, no solo para informar, sino para llevar cultura a la gente. Es un vacío que nos está pasando factura.

Para hacer crítica de arquitectura primero hay que hacer arquitectura o al menos construir. El país se está llenando de objetos acristalados, rimbombantes algunos, escandinavos otros y nuestra prensa muy sueca, solo hace referencia a la discutible ventaja económica que una vez terminado el nuevo esperpento pueda tener para el país. Pero no hay un solo artículo en esa prensa pagada por todos que explique la ausencia de balcones en la «Torre K», el volumen gigantesco que aplasta al «Hotel Grand Packard» o la historicidad del «Gran Hotel Manzana Kempinski» 2.

Traduzco aquí un segmento del artículo citado al principio, porque recuerda aquella frase de Martí y la prensa con cascabeles. En él, su autor Marcus Weingärtner no deja títere con cabeza, le tira a los arquitectos, a la burguesía, a Alemania y a Dios. Tomemos nota en Cuba, como en un país con una de las economías más sólidas del planeta, se critica la construcción de rascacielos en Berlín pues nada tienen que ver con el contexto cultural de la ciudad, más aún cuando es dinero privado. ¡Que falta nos va haciendo falta un periodista en Cuba que le cante las cuarenta a los decidores de tanta errata! Dice Herr Weingärtner:

«Lo que el dinero puede hacer: Las casas de Werderscher Markt

Berlín quiere ser ante todo una cosa: una ciudad cosmopolita. La metrópoli se esfuerza, lucha, desea equipararse desesperadamente a ciudades como Londres, París, Nueva York o Tokio.

Pero como Berlín siempre ha estado dominada por la pequeña burguesía y la burocracia prusianas, no sale gran cosa de ello, salvo eludir la arquitectura en forma de horribles rascacielos o edificios que parecen de cualquier otro lugar del hemisferio occidental.

Tomemos por ejemplo la iglesia de Friedrichswerder, construida en estilo neogótico por Karl Friedrich Schinkel entre 1824 y 1831, y a su alrededor las imposiciones y fracasos arquitectónicos del presente.

Como resultado los edificios a la izquierda y derecha de la iglesia de Friedrichswerder, esa joya de Schinkel, está literalmente asfixiada por una arquitectura residencial y laboral ostentosa y pseudo chic, pero básicamente profundamente conservadora y también en cierto modo temerosa, en el segmento superior.

Pero eso no es todo: la construcción de las casas adyacentes casi derriba la iglesia de filigrana, y el pequeño lugar de culto tuvo que cerrarse y renovarse a la fuerza durante varios años. A día de hoy, los ostentosamente estúpidos pisos de lujo son una molestia permanente, y si crees que no podría ser más horrible, sólo tienes que caminar unos metros más y te encontrarás frente al Stadtschloss de Berlín, la suma casi pétrea de la mezquindad alemana.

Marcus Weingärtner»


  1. me refiero a orquestas de música clásica. «Peyo el Afrocán» no entra en esa categoría
  2. ¡El tamaño si importa! Nótese que ahora todos los hoteles abiertos en esa ciudad recientemente son Grand: Grand Packard, Gran Hotel Manzana…», Grand Aston, Gran Muthu. Mientra más Grande mejor. Size matters!

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