Don Juan

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Llegaron en los setenta y ochenta a estudiar a la RDA, sin un centavo en el bolsillo. Eran por entonces tan pobres que incluso iban a estudiar a Cuba. Tuve un par de colegas, quienes con sus ojillos rasgados solo sabían estudiar y aprovechar el tiempo. Y estudiar más que todos nosotros juntos. Y soportar por ello las burlas nuestras: «chino tu ele malicón» les decíamos. Y ellos sin ofenderse contestaban, siempre sonriendo y en perfecto castellano: «Yo soy vietnamita, no chino«.

Cuentan que los alemanes del Este reían menos con ellos. No les perdonaban eso de que comprar bicicletas, que ya eran escasas y llevárselas a su país.

Si los inmigrantes comienzan de cero, los vietnamitas comenzaron en los números negativos. Eso sí, nadie vio nunca a uno quejarse, ni tirar la toalla por las numerosas injusticias que sufrimos todos. Mucho menos pedir ayudas. Ellos vinieron a trabajar y se aferraron al trabajo, a su estudio, a su futuro. Así lo hicieron.

Yo llegué mucho después. Hace veinte años aún eran invisibles. Solo conocí un restaurante vietnamita al que ni siquiera yo, con el hambre que traía, me atreví a entrar a aquella pocilga. Eran tiempos de papa y col hervida mañana, tarde y noche.

Mucho después, ocupado en sobrevivir y sin mucho éxito me fui siete años al sur. Solo siete y de regreso a la capital encontré una ciudad tomada por los vietnamitas, con restaurantes en cada esquina ofreciendo rollitos de primavera y de verano y el Ton Kha Gai y el Pho y hasta tapas españolas, todo bajo bandera de aquel país.

Esta semana me hablaron del centro «Don Juan». Venden de todo, me dijeron.

Ahora vengo del «Dong Xuang Centre» o el pequeño Hanoi comole conocen en la ciudad. He tardado hora y media para atravesar Berlin de este a oeste. Allí, en la parte más pobre de la ciudad, en una explanada llena de naves industriales abandonadas, posiblemente desde la RDA, han plantado lo suyo.

Es verdad que aún aquello no se ve muy bonito pero es probablemente el mercado asiático más grande del país. Con decenas o quizás cientos de negocios de todas las clases y colores, con mil y una peluquerías y Nail shops, con restaurantes y ventas de ropa al por mayor y por menor, con mercados donde he visto frutas que ya tenía olvidadas: Anón, Guayabas, Chirimoyas, mamoncillos, mamoncillos chinos, nísperos, zapotes y otras muchas que yo como buen cubano nacido con la revolución ni idea tenía de su existencia.

Me quito el sombrero ante esa gente pequeñita que sabe que si usted le pone empeño y trabaja, va a salir adelante sin importar las condiciones. A pesar de los pesares.

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