Cielo gris de Berlín

Hay ciudades con luz propia y otras que vienen en tonos grises. Berlín pertenece al segundo grupo.
He vivido en varios lugares, pero ninguno tan insistentemente gris como este. Hay semanas enteras —meses, incluso— en las que no se ve un solo rayo de sol. Y esto no es una metáfora, lo digo por estadística y experiencia. El cielo gris de Berlín es una cúpula metálica que se instala sobre la ciudad, la aplana por unos meses, y la vuelve más silenciosa.
Aquí uno aprende a notar los matices entre un gris con intención de llover y otro que simplemente flota, sin hacer nada. Simplemente está. Y eso se nota en el ánimo de la gente. Con el tiempo asumes la espera sin esperanza. Y lo curioso es que uno se adapta o más bien, se resigna.
En Cuba das por sentado que pase lo que pase, el sol siempre estará ahí —a no ser que sea de noche, claro. Aquí, en cambio, la luz es un lujo. Se espera el primer rayo de sol del año como a un tren con retraso. Y cuando por fin llega, aunque venga tibio y sin entusiasmo, se celebra como el evento astronómico capaz de transformar la ciudad por unas horas: las terrazas se llenan, los cafés sacan las mesas a la calle, los cuerpos pálidos se exhiben como testimonio de haber sobrevivido el invierno. Sencillamente hay sol y hay que aprovecharlo. Porque Berlín tiene sol como un viejo tiene memoria: poco, borroso, y cuando llega, no se sabe por cuánto tiempo.
Pero más que el entusiasmo por la luz, me sorprende la tolerancia al gris. Nadie se queja demasiado de ese cielo nublado y lo asume como parte del contrato de vivir aquí. Y creo que lo es. De algún modo, Berlín es una ciudad sin sombras. Por eso uno aprende a sospechar de las fotos con sombras y de la gente bronceada en marzo.
Y no es tristeza, no quiero que se me entienda mal. A estas alturas no puedo imaginar vivir en otra ciudad, aunque prometa muchas más horas de luz. Es otra cosa. El cielo gris de Berlín es una especie de melancolía mineral, que no elegí ni incorporé: simplemente se volvió paisaje interno y textura de mi próxima aventura narrativa.
Esa integración es parte de lo que estoy escribiendo. Una novela que ocurre aquí, bajo este mismo cielo. No la nombro todavía, porque aún la estoy rumiando. Pero sí puedo decir que sin el gris de esta ciudad, no existiría. El tono de la historia, la forma en que los personajes se deslizan en sus propias oscuridades, viene directamente de este clima, de esta atmósfera. Porque no hay manera de escribir en Berlín sin que Berlín se cuele en cada línea.