Fotos de La Habana

Fotos de La Habana

Llevo en Facebook desde 2008 y nunca me han bloqueado la cuenta o borrado un comentario. Bastaron tres días en el grupo «Fotos de La Habana» para que ya me borraran un par de comentarios.

Alguien ha puesto una foto de El Capitolio y el Gran teatro de La Habana alumbrados como carroza de Carnaval, y gritado «Qué hermosa es La Habana» y el ciberclariato ha tenido orgasmos gritando “Como La Habana no hay” y cosas parecidas. Hasta que yo traté de poner coto a la orgía con el comentario que pueden ver en la imagen.

Dicen que no soy cortés con La Habana.

Veamos. Yo nací en las inmediaciones de «Palo Cagao». Sí, existe un barrio en La Habana con ese nombre. Un nombre que le queda como anillo al dedo. Un pedazo de ciudad encajonado entre el río Quibú y el Hospital Militar en Marianao.

Cuando la gente se entusiasma y compara la capital cubana con París, yo puedo evitar decir que nací en una calle sin asfaltar, con casas hechas con madera de cajas de bacalao y techos de planchas metálicas donde aún se podían leer borroso el letrero Coca Cola. Yo casé guajacones en aquel río apestoso que además se desbordaba con cada aguacero y convertían aquello en un pantano de aguas fecales. En 1978 se construyó la planta de tratamiento para que los delegados de aquel congreso de Los No Alineados que visitarían el recién estrenado Palacio de Las Convenciones no se ahogaran con la peste. Pero eso fue aguas abajo, los Marianenses seguimos con la mierda al cuello.

Esa también debe verse en las Fotos de La Habana.

Yo estudié y me gradué en esa ciudad. Mis prácticas de producción fueron haciendo censos de vivienda en la calle Salud en Centro Habana, no muy lejos de ese Capitolio aún sin cúpula de oro. Yo vi gente viviendo en condiciones indescriptibles. En edificios a los que yo hace 40 años me negué a entrar. Con mi poca experiencia de estudiante recomendé a una señora que colocara la cuna de su bebé debajo de la escalera a la barbacoa, para que en caso de derrumbe del techo, el bebé tuviera más posibilidades de sobrevivir.

Vi familias viviendo en un antiguo almacén cuya única privacidad venía de unas sábanas que las dividían unas de otras. La lista sería incontable. Esa es también La Habana.

Recuerdo en el año 93 o 94, a un conocido de mi infancia que vino a media noche corriendo a mi casa porque se había hundido el piso de su casa. Le dije que iría al otro día pues el hundimiento de un piso no es algo tan grave cuando vives en planta baja. Pero a tanta insistencia casi me llevó a rastras. Al abrir la puerta me encontré todo el contenido de la casa, el piso, los muebles, la ropa, los calderos, toda su vida en el fondo de un cráter de unos tres metros de profundidad. Las paredes todas se mantenían en el aire sostenidas por alguna fuerza desconocida. Incluso las que no tenían cimentación bajo ellas. No sabía yo, ni nadie cuánto tiempo tardarían en colapsar.

Al parecer la fosa del barrio, que nunca estuvo canalizada, junto con las constantes crecidas del Quibú habían drenado por años, todo el material debajo de la casa.

– ¿Qué hago? – Me dijo angustiado.

– Haz un bote con la madera de los muebles y vete pal carajo de este país, porque esto no tiene solución. – le dije.

No entiendo cómo la gente que sufre La Habana, publica fotos que contradicen su propia experiencia. Porque la ciudad de La Habana está tan deteriorada que no hay manera de disfrutarla. La debacle ya alcanza a los barrios mejor concebidos. No hay que buscar mucho para encontrar solares, casas desplomándose, arquitectura alterada o vandalizada en El Vedado o Miramar.

Y repito, La Habana no son las cuatro calles restauradas de La Habana Vieja, ni el Capitolio por más que le hayan puesto una cúpula de oro. Habana es también el barrio de Jesús María en La Habana Vieja. Son Los Sitios, La Güinera, Cocosolo, el Fanguito. Habaneros son también la gente que vive desde hace decenas de años bajo los puentes de La Lisa o en un «llega y pon» en el barrio eléctrico. Y lo son también las calles no asfaltadas de Mantilla, las excavaciones abandonadas del Metro de La Habana, el estadio Panamericano en ruinas y las zonas de Alamar donde los caballos pastan en la basura.

Si usted se alegra y publica fotos del nuevo hotel de turno, tomadas desde lo alto de una barbacoa en un edificio a punto de derrumbarse, sin agua corriente, ni luz, ni privacidad donde además convive con tres generaciones, con sus vecinos, con los allegados de los vecinos y varios animales, no soy yo el que tiene problemas. Es usted.

Los arquitectos somos como los curas de las ciudades, conocemos todos sus pecados, todas sus manchas, todo lo que se oculta de cara al extraño. Nuestro trabajo es lidiar con la infraestructura de la ciudad o la falta de ella. Y yo nací, crecí, estudié y me gradué en La Habana.

Nos guste o no, no es mentira que La Habana es una ciudad con agua un día sí y un día no, si tienes suerte. Si no, te toca salir a comprar una pipa de agua de contrabando. Y ahora más que nunca la ciudad de los apagones.

Todo el Photoshop y todo el amor del mundo no cambia la realidad. La Habana es una ciudad perdida. Una ciudad con un altísimo grado de deterioro, con un porcentaje elevadísimo de edificios técnica y económicamente insalvables, que en su momento vamos a tener que demoler, si no desaparecen antes.

Hacer fotos de La Habana es macabro. La Habana es una ciudad muerta y peor aun, se está llevando con ella a toda su gente.

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