¿Jackie Chan en el rol de Carlos Gardel?

¿Jackie Chan en el rol de Carlos Gardel?

¿Te imaginas a un chino asumiendo el rol del cantante argentino? ¿O un actor alemán en el papel de Nat King Cole? No lo aceptarías. 

Lo más probable es que tal cosa no suceda porque todos los llamados intentos de la industria del cine a ser inclusivos van en una sola dirección: actores negros asumiendo roles históricamente de culturas y biotipos europeos. No hemos visto un actor asiático asumiendo papeles de vikingos o peruanos reinterpretando samurais porque no se trata de hacer justicia, sino de satisfacer la tendencia buenista que quiere un mundo a imagen y semejanza de su filosofía, aunque tenga para ello que adulterar la historia.

Hasta la década de los cincuenta del pasado siglo, actores blancos se coloreaban la piel para asumir papeles de nativos americanos o de negros. Era un acto indigno, una caricatura que excluía a los actores no blancos de roles de importancia. Con mucho esfuerzo actores de la talla de Sidney Poitier y Harry Belafonte rompieron esa práctica y abrieron un camino para que cada vez más actores de su raza interpretaran papeles dignos. No lo hicieron para que hoy los negros se disfrazaran de blanco y trataran de ser lo que no son. Porque ponerle trenzas o alas a una mujer negra para forzar una historia medieval europea está al mismo nivel que aquellos actores que pintaban su piel de negro y la boca exageradamente roja. Es un paso en la dirección equivocada. 

Ser diferente es bueno. Yo soy negro, tú eres chino, aquel indio y el de más allá blanco y eso está bien. Y hay caracteres e historias anclados a una localidad, época y biotipo. Recordemos a Eric el rojo, Mulán, Pocahontas, Gengis Khan, Sherlock Holmes o Rasputín. Un hada madrina va a ser blanca y seguirá siendo blanca no solo porque el escritor así lo dispuso en su época sino porque Pinocho pertenece a la Italia del medioevo en la que el único negro conocido fue Otelo, el Moro de Venecia immortalizado por Shakespeare. No hubo otro.

Tratar de violar ese principio que nos hace únicos e irrepetibles solo conduce a resultados mediocres, cuando no risibles. El filme pierde credibilidad, se convierte en un producto adulterado porque el cine no es solo la historia que se cuenta sino como se cuenta, con su sonido y su imagen. Pongamos varios ejemplos:

  • En los años ochenta los cubanos sufrimos cine de Kong-Fu traducido al español más castizo de la madre Patria. Recuerdo aquella escena «simpática» en la que un alumno de la escuela dice: «Joder, han matado al maestro! O las excalamaciones de Bruce Lee al golpear al malo: «¡Tomad esto, y esto, y esto otro! ¡Sois un gilipollas! con acento de torero.
  • En la película alemana «Lola rennt» la actriz alemana Franka Potente (el nombre ya da cosa) canta durante una procesión de “Semana Santa”. ¿Alguien puede imaginar algo más español que una procesión de Semana Santa en boca de un alemán? ¡Eso! ¡Parte el alma!
  • «The harder they fall» es una película mediocre donde actores negros se inventan una fantasía difícil de creer con una música fantástica. Idris Elba ha demostrado ser mejor actor que eso. 
  • En «La lista de Schindler» cambiemos a los oficiales de las SS por actores dominicanos, con su acento incluido y la historia del holocausto se vuelve un choteo.

Para hacer justicia no hace falta forzar negros en papeles históricamente blancos, lo correcto es salirse del monopolio de historias clásicas europeas y sacar a la luz historias desconocidas de otras culturas. África, Asia y Oceanía tienen cientos de historias, leyendas, mitos que pueden ser explotados de manera más auténtica. Historias tan hermosas y válidas como las europeas. Las posibilidades son infinitas.

Antes de ver actores en traje de carnaval, preferiría un cine lleno de historias echadas a menos hasta el día de hoy. Que antes de poner a un actor mexicano a hacer de Hércules se cuente las historias de Caupolicán. Que en vez de interpretar dragones del medioevo británico, cuente la historia de la serpiente emplumada y todas aquellas historias hermosas que conocimos de niño en el libro Oros Viejos.

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