Berliner mauerweg

Dudo que encuentre una foto que exprese mejor mi deseo de futuro para La Habana que esta. Miren bien la primera foto.

El muro blanco y árido que una vez partió la ciudad en dos llega a su fin allí donde los jóvenes se reúnen. Unos cantantes callejeros parados en Berlín oeste lanzan su mensaje al grupo de jóvenes los observan desde el otro lado ya sin muro. Mientras tanto en el lado que ayer fue pobre, las torres de construcción no paran de levantar una ciudad moderna.

Todo un simbolismo.

El «Mauerweg» no es solo la impresión que dejó el muro que dividió la ciudad en este y oeste, sino la prueba de que hay siempre un antes y un después. Debí haberlo recorrido antes, seguir la cicatriz que une calles de aceras de épocas diferentes y desaparece bajo las ruedas de los autos.

No he podido hacer ni la sexta parte del camino. La próxima semana prosigo donde lo dejé. Quiero seguir leyendo con atención cada historia que es ya la mía pues es la historia de la ciudad de mis hijos. He vivido ya la tercera parte de mi vida en Berlín y lo más seguro es que estaré por aquí unos años más. Me gusta saber que hay muchas cosas de esta ciudad que todavía ignoro. Agradezco que este sea un lugar en constante cambio. No digo perfecto, sino en constante cambio.

Se ha construido tanto y tan bien que el Mauerweg debiera pasar a ser “El camino” de los arquitectos, así como lo es Santiago para los creyentes. Hace mucho tiempo no pasaba por aquí. De hecho creo que caminé esta calle solo una vez bajo el reinado de Gerhard Schröder, cuando todo este lugar era solo otra pestilente calle con negocios cerrando en el este de Berlín.

Insisto que esta ciudad no me gusta, lo juro. Pero Berlín es como esas viejas zorras que se sientan pacientes al final de la barra del puticlú y que se te acercna mientras esperas. Rebosante de experiencia te invita a un trago tras otro mientras te cuenta historias que te hacen primero sonreir, luego te roban la atenció y finalmente te hacen olvidar a qué viniste.