La ruta del vino alemana.

La ruta del vino alemana.

Hay dos tipos de recién llegados de Cuba. Los que no duermen de la emoción cuando les dicen por primera vez: «mañana vamos de compras al super» y los que mienten.

Decir a qué grupo pertenezco no viene al caso, pues esta historia empieza a la segunda semana después de mi llegada, cuando sin que nadie lo pidiera, partí a media mañana a hacer las compras y regresé cuando apagaron las luces para cerrar el Mall. Desde entonces combato el trauma del «supermercado vacío» que había contraído en un lugar, de cuyo nombre no quiero acordarme haciendo las compras cada semana. Y funciona.

Desde mis primeros días en Berlín me llamó la atención que a diferencia de la sección de cervezas, organizada como la lógica indica en negras, rubias amargas, maltas, grados de alcohol, etcétera; el departamento de vinos se organiza por naciones en españoles, italianos, franceses y más etcéteras. Esto me molestaba, y aún hoy me molesta muchísimo, pues para escoger un simple tinto me obligaban a dar la vuelta al mundo. Cansado de ir y venir de un país a otro muchas veces yo, que no tenía ni puta idea de que hay un vino para el pescado y otro para la carne, terminaba quedándome en el área española; que no tiene nada que ver ni con uno ni con lo otro, pero es donde me enteraba de algo y a falta de conocimientos, la mayoría de las ocasiones regresaba a casa con la primera botella de Rioja que encontraba.

En 2011 mi afán por culturizarme me llevó a leer en la página de un periódico conservada en un museo la noticia que más o menos decía: “en mayo de 1976 en París, un jurado formado por los más grandes enólogos, realizó una cata a ciegas para determinar cuál había de ser el mejor vino del año en diferentes categorías -hasta entonces, los vinos de Francia eran Los Vinos- pero ese día, para sorpresa de los franceses, las notas más altas no se concedieron a los galos, como era de esperar -por ellos mismos-, sino a vinos californianos. Este hecho se conoce como el Juicio de París y marcó la entrada de USA a la élite mundial”.

En algún momento de la historia y bajo detalles que no conozco, viñateros chilenos, australianos y sudafricanos se unieron a tan selecto grupo, junto a la vanguardia de Francia, España e Italia.

Camino al sur

Años después la vida me llevó a vivir a pocos kilómetros de la Weinstraße, la ruta del vino alemana y una vez que supe de su existencia, quise regalarle tantas visitas como pude. Así comencé a explorar esa sucesión de viñedos y bodegas esparcidas en numerosas ciudades a lo largo de 85 kilómetros junto a la frontera francesa.

Yo no sabía que Alemania producía tanto vino y de tanta calidad. Conocía de oídas el Riesling, sí; pero mis conocimientos en temas de alcohol eran aún tan escasos que a duras penas habría podido distinguir entre un vino y una cerveza. Y es que para saber de tales bebidas y sus años de cosecha hay que chuparlos en el biberón. No sería un tipo criado a base de arroz con frijoles, quien despuntase como autoridad en cuestiones tan afrancesadas.

En mi defensa debo decir sin embargo, que me esforcé todo lo que pude, probando licores aquí y allá y luego de varios meses ya tenía entre mis preferencias al «Don Felder», que además de ser un vino exquisito del país, tenía para mí la amigable ventaja de tener un nombre pronunciable. Luego supe que es “Dornfelder” y no «Don Felder» como le había yo bautizado, pero para ese entonces ya era aficionado a sus versiones tinto y rosa y podía reconocer de lejos su logo sin importar cuánto líquido hubiese engullido.

Imaginen tal diálogo:

  • Nous avons de la Rioja et de la Ribera del Duero, mais notre Merlot est le plus délicieux
  • Na’, Dornfelder sivuplé!

Tal salida pondría a googlear a más de un poeta y/o poeto criollo con bufanda en una tertulia de Miami. Pero del otro lado del mundo, en la culta Europa, en una región donde la gente sabe de qué va y cuando va cada tipo de vino no puedes venir a tirar con el rostro, ni esperar vino espumoso gratis de garrafa. Aquí había que mantener la honra en alto y el Don, me tiró el cabo.

Hoy, con más de 10 años a copa llena, entiendo que para lograr un buen vino hace falta tener el clima y la tierra ideal para el cultivo. Además una cepa de calidad y maestros vinícolas con conocimiento necesario para tan delicada labor. Si a eso adicionas billetes en cantidades importantes no hay razón para que los vinos alemanes de este lado de «La Puerta del Vino» sean de menor calidad que los del otro lado de la raya que separa a ambas naciones.

Aún así, la manía alemana por la perfección, ha marcado una diferencia visible entre las bodegas de uno y otro lado. Para los franceses, el vino lleva el papel protagónico. Él y sólo él es el centro de atención y no tienen problema si la bodega se cae a pedazos; la calidad de su bebida salva la honra. De este lado, sin embargo, los alemanes no contentos con ofrecer un producto tan bueno como el de sus vecinos, contratan arquitectos renombrados que convierten las bodegas de la ruta del vino alemana en hitos de la arquitectura y todo en una experiencia sensorial única.

Esto, y por supuesto los precios, hace que el personal asiduo a esos locales sea también diferente. Porque aunque un curda se vea igual en cualquier latitud, no es lo mismo que llegue en un Citroen que conduciendo un Astor Martin y lo aparque junto a Lamborghinises, Ferrarises y Roll-Royceses. No tengo que explicar que si nunca me emborraché no fue a causa de mi prudencia sino a lo tímido de mi bolsillo.

Muchas anécdotas con fotos, pelos y señales he decidido contar en estos días. Pero como toda aventura tiene un fin y si es mía casi nunca es feliz, volví a quedarme sin trabajo y con ello mi diplomado en vinos en la Weinstraße se fue al carajo.

Sin embargo, puedo decir sin temor a equivocarme que al abandonar la ruta del vino y regresar bajo el gris cielo de Berlín, después de una década viviendo en la zona vinícola más antigua de Alemania, tras mis muy frecuentes choques contra viñedos y bodegas de ambos lados de la frontera, de las sucesivas catas y los no menos agradables museos enólogos que me calzaron en cuestiones teóricas, terminé yo tan ignorante en cuestiones de vino como había llegado.

Pero al menos al levantar mi copa puedo decir con orgullo: “¡Que me quiten lo bailao!”.

La ruta del vino. Galería de fotos:

Además de la ruta del vino alemana (hay varias) , también existe la ruta de la cerveza

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