Cocina alemana: La mantequilla

Cocina alemana: La mantequilla

Vida en Alemania – Cocina alemana

Existe entre quienes hemos terminado en este país, sin importar el puerto de embarque, un criterio bastante extendido: Alemania tiene dos problemas que impiden que sea un país perfecto: el clima y la cocina alemana.

A decir verdad, a veces tenemos buen tiempo. El calentamiento global ha ayudado a tener inviernos más llevaderos y muchas más horas de sol al año. Cuando veo las fotos de hace 80 años en la guerra, la gente metida hasta la cintura en la nieve aquí mismo en estas calles de Berlín me da escalofríos. Cosas del pasado.

En lo de la comida ya la cosa va más difícil. Habrá quien diga ahora que por venir de aquella isla sin pescado ni sal no debería hacer tales críticas pero eso solo demuestra que no hay nada tan malo que no pueda ser peor.

Este criterio no es solo mío, sino una opinión bastante generalizada en la inmensa mayoría de los turistas que nos visitan y de los inmigrantes o descendientes de ellos en este país que llegan ya al 20%. Tanta gente no puede estar equivocada.

¿Cómo puede tal potencia económica fallar en cosa tan elemental?

En mi opinión, como doliente que soy, esta extraña situación tiene origen histórico. Mientras los griegos, turcos y romanos invadían y expandían cultura por el sur de Europa incluida la culinaria, al norte de los Alpes solo habían tribus bárbaras que se alimentaban básicamente de la caza. Mataban un jabalí, lo asaban y punto. Sin sal ni na’. La sal llegó al norte de Europa bastante tarde en el medioevo y era cosa de reyes y princesas, los demás comían hervido. En clima tan adverso no había mucho donde escoger unas salsas de cetas del bosque y para de contar. Y eso no ha cambiado mucho

El territorio ocupado hoy por Alemania no conoció el esplendor hasta bastante tarde con la creación del imperio austro-húngaro y Prusia. Para el momento de la unificación de todos esos territorios, la inmensa mayoría ya tenía una incultura culinaria asentada. Una tradición bastante lejana al refinamiento francés o las ricas mesas mediterráneas.

En el pasado reciente, el poderío económico se convirtió en una traba para la diversificación y mejora de la mesa alemana. Con un país destruido por la guerra había que producir mucho, rápido y barato. La respuesta industrial impuso la cría masiva de animales que deformaron aun más el paladar de un pueblo ya de bastante baja cultura culinaria. Y así hemos llegado a hoy con supermercados que venden productos que no tienen sabor -lo de la carne clama al cielo- y la sección de vegetales se abarrotan tomates todos del mismo color, del mismo tamaño, todos redondos como hechos en máquina, pero sin sabor. Productos que no te matan, pero que no clasifican como comida para humanos.

La situación en los últimos años ha cambiado a risa. Los mas jóvenes preocupados en exceso por la salud se hacen veganos o vegetarianos y despojan los restos de sabor de las comidas. Creen «salvar» el mundo inundando sus platos de tofu y los restaurantes asiáticos están de fiesta vendiendo formulas y brebajes del fin del mundo.

Los otros vivimos pasándonos el link de la tienda que venden guayaba, pasteles, mantequilla, tamales, tortillas mexicanas, mangos, aguacates, carne argentina, especias de Turquía, frutas de Asia, yuca de África. O visitando los supermercados Mittemeer, Viva España, Eurogida (turco), China Supermarkt y otras tiendas de comida mediterránea, turca, africanas, etc.

Ahora mismo, mientras intentaba engullir una mantequilla que no sabe a na’ me pregunto cómo es posible que para la misma gente que inventó el automóvil y que hoy produce un BMW, un Audi o un Mercedes Benz, la cocina alemana sea un misterio. He probado decenas de mantequilla alemana en casi 20 años y ya no aguanto más. Acabo de encargar mantequilla a Francia.

¡Oh, Francia! Cómo añoro mis años viviendo en el sur, donde descubrí que lo mejor que tiene la cocina alemana es que queda al lado de la francesa. Cruzas la linea, pruebas cualquier cosa, un simple croissant y sales gritando: «Vive la France!»

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