Nada que ver con esto
Éramos la pata del diablo. Cualquier niño miente para obtener caramelos, nosotros desmontábamos la puerta del armario donde los viejos guardaban la cuota del mes. Debí decir resguardaban, porque el hambre, es la única cosa que repartida entre más, toca a más y nosotros con tal de no irnos a la cama con las tripas a medio llenar hacíamos cualquier cosa.
La víctima era uno de esos armarios antiguos cuyas bisagras van por fuera y están unidas por un solo pasador. Nuestro Modus operandis era sencillo. Tomas un destornillador, sacas el perno y la puerta cae en tus manos como doncella desmayada. Luego la operación inversa devolvía todo a la normalidad. El toque maestro lo daba frotar maicena mezclada con un poco de agua en las juntas para que, una vez seca simulase el polvo de muchos años. Y aquí no ha pasado nada. Al final soltábamos unas carcajadas cómplices cuando mi padre veía como menguaban las reservas más rápido de lo esperado y rascándose la cabeza exclamaba «yo no estoy loco».
Debo aclarar que técnicamente, yo nunca lo hice. Lo de la puerta. Por ser el más pequeño asumía mi puesto de vigilancia en la puerta del pasillo. Gracias a mi la operación se llevó a cabo siempre de forma segura hasta un día.
El día que me puse a comer mierda y no vi llegar a la vieja. Ese día, la gritería me devolvió a la realidad y allí, en casa encontré un cuadro que hoy llamaría surrealista: la luz danzante del bombillo, una mano en la masa, una puerta que corre, gritos en blanco y negro, una chancleta que vuela. Como el Guernica, pero sin la vaca.
A la hora de los interrogatorios fui absuelto pues yo solo repetía : «No, yo no estaba aquí, yo no sabía nada, no tengo nada que ver con esto».
En otras circunstancias habría cargado la parte de culpa asignada a quien le aguanta la pata a la vaca. Pero como ya dije, yo no estaba en el lugar de los hechos. Un tecnicismo.
El problema vino después, pues mis hermanos no entendían de tecnicismos.