Yo puedo ser Mathias

Yo puedo ser Mathias

Cada vez que la televisión alemana anuncia un programa sobre Cuba yo me entero aunque no los busque. Puede ser a través de un colega, un amigo o el amigo de un amigo quien me envía un mensaje: — ¡Hey en el canal tal pasan un documental sobre tu tierra, por si quieres verlo!

Al principio los veía. Poco después, cansado de la imagen rosa de una isla que no conozco, los evité y desde hace tiempo soy yo que les recomienda no ver tales bodrios.

— Es Fake — le dije.

— ¡Pero este es diferente! Te lo recomiendo.

La sinopsis:

Es la historia real trata de un alemán de cuarenta y tantos años que regresa a Cuba a llevar las cenizas de su madre muerta. Ella, alemana y miembro del partido, había pasado varios meses en la isla en los ochenta junto a su hijo, el protagonista, cuando este era un niño de siete años.

Desde su regreso de Cuba, Mathias había odiado la imagen gris de Berlín Oriental que se extendía ante su ventana. A través de viejos videos hechos con su madre, revivía una y otra vez los recuerdos coloridos de su infancia, los paseos bajo el sol en el  malecón de La Habana con el mar azul de fondo y los baños en un aguacero, sin camisa chapoteando en medio de la calle.

Pensé que el documental era más de lo mismo. Ostalgie.

Pero luego del aterrizaje justo el día de su llegada, al abrir la ventana de la casa donde se hospeda en Centro Habana un país en ruina torna sus sueños en pesadilla. Sucesivos paseos lo hunden aún más. Ni siquiera el sol atenúa el martilleo del «amigo, tabaco», «amigo paseo por La Habana?», «gringo señoritas» que se entremezcla constantemente con la música de fondo.

No sé cómo continúa la historia. No sé si encuentra el amor de su vida en una mulata y viven felices para siempre, si se encierra en su apartamento hasta el día de su partida o se ahorca colgado de la ducha.

Los diez primeros minutos tuvieron en mí un impacto brutal. Conozco la sensación. Yo puedo ser Mathias. Yo rememoré durante años momentos hermosos de mi infancia, el mar  Tarará y el color verde de los campos mientras miraba y odiaba el eterno cielo gris de esta ciudad. 

Y conozco también el impacto que provoca aterrizar en el aeropuerto de La Habana, esa ciudad descolorida. La oscuridad de sus pasillos, el uniforme sudoroso de los guardias que te preguntan a qué vienes y bajito te piden caramelos pa entretener el hambre. Me vi a mi mismo, en lo que fue La Habana, mientras arrojaba las cenizas de mi madre al mar, jurando que no volvería nunca más a ese lugar.

Pasado solo diez minutos me levanté y apagué el televisor.

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