Cata de rones

Cata de rones

Da igual cuantos años lleves en el otro lado del mundo. Da igual si estás en China, la Patagonia o Helsinki siempre vas a ser el «cubano» o «la cubana». Una denominación de origen que trae implícita, o eso se cree la gente por ahi, ser una autoridad en temas de ron.

No sé cómo fui a parar ayer a casa de un amigo, de un amigo cuyo hobby es la degustacion de rones y whiskies. No sé tampoco como se filtró la información de mi pasado de «maestro ronero». De pronto fui a parar a la cocina y mientras el resto de los alemanes arreglaban el mundo en la fiesta, a mi me invitaban a una cata de rones. Un ritual que se sabe como empieza, pero no como acaba.

No, no es cosa de empinarse el vaso de ron como en un carnaval de Santiago cuando uno va de fino por ahí, sino de humedecer la lengua, saborear y ponerte a hablar mierda acerca de aromas y frutas mientras el interlocutor aprueba con ojos vidriosos. Si alguna vez os veis en situación similar, nombrad «aromas de cedro» que nadie sabe que es, pero os van a hacer la ola.

No habia peligro de salir de allí a cuatro patas cuando la botella más barata, esa que aparece con etiqueta de farmacia sobrepasa los 500 euros y además uno tiene una imagen que cuidar. Prueba este y este y un par de horas mas tardes cuando había dado mi voto a un ron de Jamaica, el anfitrión, de cuyo nombre no puedo acordarme, como los magos, sacó de la manga una botella de ron japonés.

Y así, entre «ooooh» y «aaaah», dimos por votación unánime la medalla de oro en esta cata de rones a esta bebida, whisky venido del sol naciente. Justo cuando comenzaba a clarear el cielo por el este.

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