Castigo del cielo.

Castigo del cielo.

Viví 33 años ininterrumpidos en una isla que no nombro para no molestar a los espíritus. Nunca vi allí iglesias llenas, ni devotos en las calles. Toda referencia religiosa se cernía a alguna imagen detrás de alguna puerta, un «Sagrado corazón» en la habitación más alejada de los ojos oficiales y la viejita del barrio que aguantaba las burlas cuando pasaba arrastrando su cruz con paso lento.

La gente de aquella isla no ha sido nunca un pueblo religioso. Solo hay que mirar a cualquier país de latinoamérica para darse cuenta que la penetración de la iglesia (católica) es por comparación, mínima.

Sin guía de dioses ni cosas raras, desde el principio hicieron el país. Con altas y sus bajas, a veces próspero, la mayoría en baja; creyendo siempre ser el ombligo del mundo, desordenados, desarrapados, llegaron hasta aquí. Podría ser peor, podría ser mejor. Pero esto es lo que hay. Llegaron.

Llevan una racha de mala suerte, podriamos decir. Los aviones caen, los hoteles vuelan, los rayos que durante siglos solo desmochaban palmas, ahora caen donde más nos duele. Y hay apagones, incendios y muertos. Nada que no hayamos visto en los cinco siglos y pico.

Abrumados por la mala racha, la gente mira al cielo. «La gente se acuerda de Santa Bárbara cuando truena» -me parece oir nuevamente a mi viejo que vivió varias malas rachas.

Llevo dos días leyendo alabanzas, ruegos, velas y no puedo más.

Estoy hasta los huevos de tanta llamada de piedad al Señor, rezos al cielo, beatas y ruegos de perdón por el fuego de Matanzas.

Peor aún es que alguien crea que tanta tragedia o accidente es un castigo del cielo y va a terminar si abrazamos uno u otro santo o deidad.

¡Hey, despierten! Otros pueblos que hoy son prósperos tienen historias que superan con creces cualquier falta que haya cometido el pueblo cubano contra Dios o contra alguien. Sus historias están llenas de atrocidades cometidas, de millones de muertos y asesinados, de invasiones, bombardeos, exterminios masivos. Nada comparable a lo que haya hecho el pueblo cubano.

¿Cuál es nuestro pecado? ¿No bajamos a botar la basura? ¿le dimos una patada a un gato?

Es hora de dejar las babosadas y fanatismo improvisado, velas y fatalismo. No busquen las soluciones en el cielo. Bajen la vista y cumplan las normas técnicas, cumplan los ciclos de mantenimiento, inviertan en sistemas de protección confiables y modernos, equipamiento técnico y entrenamiento contra catástrofes y desparecerán todas estas penurias.

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