Desliz que cuesta
Hace unos días leí en la pantalla del móvil: “Lis Cuesta ha twitteado”. Por inercia pulsé el enlace y llegué a aquel mensaje que llamaba a darnos un respetón.
Aquello causó en mí tal conmoción que después de asegurarme de la autenticidad del mensaje y de la cuenta; decidí seguirle los pasos. A partir de ese momento con cada nuevo “desliz”, el pajarito viene y caga puntual en mi teléfono.
No fue la estupidez del mensaje lo que me movió a hacerme seguidor de Lis Cuesta. Era más bien un experimento macabro. Quería ver hasta dónde puede llegar alguien que tras varios años en una posición, no asimila sus consecuencias. Hay quien advierte que si Díaz-Canel nunca fue elegido presidente, ella no es Primera Dama. Lo ha dicho públicamente él mismo, aseguran. Pero dejando a un lado tales formalidades, nos guste o no, ella es la esposa de la persona que está al frente del país, condición esta suficiente para pensar y repensar cada uno de sus actos.
Más allá de las redes, cada desliz de Lis es un reflejo de una sociedad atravesada verticalmente por la crisis y la falta de perspectivas. Es la foto de un país donde la primera dama y el último reggaetonero comparten el mismo dialecto repartero. Cada uno de sus tweets acuña neo-cubanía, cualquier frase se convierte en un patriotismo simpaticón por bestia que esta sea, estandariza el lenguaje bajo, sin vuelos, el que resulta de no leer un libro.
El día que mi maestra de Literatura de onceno grado preguntó nuestra opinión acerca del pasaje introductorio de “La metamorfósis” de Frank Kafka, el aula entera hizo silencio. No teníamos ni idea de que significado tendría el párrafo que recién nos había leído aquella mujer. Nos mantuvimos en silencio por ignorancia, o por vergüenza o ambos. En aquel entonces no teníamos los tweets de Lis como coartada para hacer reír a la clase diciendo que Gregorio Samsa no era un Mango. Tampoco habríamos podido acallar las protestas de la maestra llamándola a darse un respetón.
Cuando el teléfono me advierte de la venida del último Tweet de Lis, me respondo a mi mismo «Quiera Dios que sea el último, pero es apenas el más reciente». Mis plegarias siguen sin ser oida y solo la cultura sabe lo que cuesta cada desliz de Lis Cuesta.