Posmodernismo – Kirchsteigfeld
Posmodernismo en arquitectura – Postdam
En la segunda mitad de los años ochenta el posmodernismo llegó a los estudiantes de sorpresa. No importaba que las primeras obras posmodernas datasen de la época del cincuenta o que ya en los setenta, la arquitectura blanquísima de lineas rectas hubiese dado todo de sí. En 1986 La Habana Vieja fue redescubierta e incluida en una de las listas de la UNESCO. Y eso bastó para que algunos de nosotros tomásemos otro camino que nos llevase lo más lejos posibles de las «cajas de zapatos» conque a partir de entonces llamamos al movimiento moderno.La facultad de Arquitectura se convirtió de repente en un hervidero de pasiones. Se hicieron muchísimos proyectos experimentales. Algunos llegaron a ser tan experimentales que no se sostenían en pie, como si la Ley de la gravedad no se aplicase a ellos. Sus autores le llamaban «obras efímeras». Defender aquello ante la horda de estudiantes era cosa de riesgo. La risa, el choteo y hasta ofensas llenaron aquellos seminarios. Y si no llegamos a las manos fue porque podía costarnos la expulsión de la univesidad.
Tuve la suerte de tener dos profesores que fueron más allá. Roberto Segre, profesor de historia de la Arquitectura y Roberto Gottardi, profesor de proyectos arquitectónicos. El primero metiendo zisaña, espoleándonos para que soltásemos el freno y diésemos más de nosotros mismos. El de las frases jocosas. El argentino que para hablar de Le Corbusier, dijo «Este es Le Corbusier», «Le Corbu » para sus amigos. El segundo con su simpático «italiañol» que resolvía el más difícil detalle en un segundo mientras tú te habías metido tres días con sus noches dándote cabezasos contra la mesa de dibujo. Porque en aquella época se dibujaba con las manos. Gottardi fue uno de los que nos impulsó a explorar el Posmodernismo, con más o menos talento, pero a partir de él, las cosas fueron diferentes para nosotros.
Ayer recordé una frase del Profesor Roberto Segre: «Cuando ustedes vayan en la guagua y sientan la necesidad de bajarse en la próxima parada, abandonar el trayecto, olvidar a lo que iban y regresar a admirar un edificio, una columna, un detalle de un balcón, ese día pueden llamarse arquitectos«. En aquel momento lo mandamoa al carajo secretamente. No jodas, Segre, después de esperar dos horas la guagua.
Ayer volví a reir a causa de Segre. Después de recorrer la mitad de la distancia que me había propuesto en la bicicleta, tomé una calle equivocada y me vi de pronto en un barrio de nueva construcción. Quince, veinte años a lo sumo. Un barrrio entero lleno de edificios posmodernistas. Con sus torres, sus techos-terrazas que no sirven para nada la mitad del año con este clima de mierda de Alemania pero que se ven muy monas. Con sus colores apastelados que los pone más cerca de una panetela de sabor que de un edificio. No podía faltar el uso del ladrillo de cristal y de la experimentación histórica, como esos techos escalonados tan típicos en los países nórdicos y que sirven para deshacerse de las toneladas de nieve que no caen en Alemania, pero que se ven muy cool.
Pero también vi edificios muy buenos arquitectónicamente hablando. Edificios que «empiezan y terminan» como decía Gottardi. Con grandes aleros hacia el sur para no azarse en verano y una integración perfecta de plazas, caminos peatonales, bancos donde sentarse bajo la vegetación. Y mucha vegetación.
Pasé media hora fotografiando balcones, cornisas, terrazas y hasta bancos. A riesgo de alarmar a los vecinos este tipo raro, con la cara oculta tras un pasamontañas un día de 29 grados tomó nota de cada casa. No sé si fue coincidencia, pero decidí irme cuando en la sepetecientegésima vuelta al barrio un carro de la policía me pasó despacito por el lado. Verdad que al parecer iban en lo suyo, pero quien sabe. Así que solté una carcajada, me acordé de Segre y puse rumbo a Berlin, con la esperanza de que hoy no haya un atraco en Kirchsteigfeld