Cita con Wagner
Era su oportunidad de brillar pero nunca supe su opinión. En su intervención la señora Pérez cedió la palabra a cuanto filósofo, músico o literato de nombre extranjero podía calzar su discurso pero nunca supe su parecer. La última media hora la dedicó a un tal Wagner de quien tuvo la precaución de no mencionar su obra para dejarnos en ascuas. Para colmo nos acusó de pro-wagnerianos y de no sé qué historias poniendo tal ímpetu en sus palabras que los allí presentes nos miramos unos a otros tratando de identificar al espía que, habiendo abandonado su posición en la guerra de Ucrania, se había colado entre nosotros.
Yo también invoqué a mis muertos más de una vez. Cité por ejemplo a Milanés ante aquella chica en Madrid. «No eres perfecta, pero te acercas a lo que simplemente soñé» — le dije y ella suspiró. No recuerdo ya los detalles de cómo terminó aquello, pero puedo imaginarlo. Luego Rodríguez, Feliú, Saquito, Matamoros y muchos más vinieron en mi ayuda en el tiempo que era incapaz de improvisar una conversación más o menos interesante.
En Berlín, lo que había sido un simple truco se convirtió en necesidad para sobrevivir. Cité a todos mis ancestros e incluso cuando lo creí conveniente, y no había ningún criollo por todo aquello, omití con toda intención sus nombres. Soy culpable de citar. Cité o me apropié de palabras ajenas para resolver un asunto concreto, tangible. Usar a toda aquella gente desconocida en este lado del mundo era como usar doping en tiempo de reggaeton. Y muchas veces quedé como un héroe.
A diferencia de esta señora, yo también invoqué a mis muertos más de una vez, pero eran mis muertos.
— Conozco a Wagner — le interrumpí y mi afirmación la sacó de paso — De hecho conozco a un montón de Wagners. ¡Cómo olvidar a Frau Wagner nuestra secretaria rechoncha y campechana que tragaba chocolates por docenas. Se retiró la pobre cuando murió su marido, conductor de la línea U2 del metro de Berlín. A Herr Wagner un día le dio una cosa mientras trabajaba. Cayó como un pollo. Pum! Aus! Media hora después, cansados de esperar, alguien llamó a la policía para sacar a toda esa gente del túnel. Aquello fue del carajo. ¡Oh! ¿Qué no eran esos Wagners? Lo siento, es que fíjate, Wagner en Alemania es como decir Pérez en Cuba. A propósito, ¿te sabes el chiste de por qué hay tantos Pérez en Cuba?
Ahora que me acuerdo, tengo un vecino de apellido Wagner. Lo sé porque la muchacha de Amazon, me pidió que si le podía recibir un paquete para el Sr. Wagner un par de pisos más abajo y quién le va a decir que no a aquella pobre mujer toda sudorosa después de subir hasta el quinto piso con tres o cuatro paquetes al hombro.
¿Tampoco era ese tu Wagner?
¡Ah, entonces no sé de quién carajo estamos hablando!