Donde se cuenta de la pérdida del honor
Después de haber trocado mi hora de almuerzo en un atracón de competencia y teniendo en conocimiento este susodicho que era la última alma que quedaba en la oficina, dió por prudente pasar por el baño antes de aventurarse en un viaje de una hora larga en tren a través de la ciudad para llegar a casa.
Por tales razones, con el móvil en bandolera me dirigí hacia los aposentos correspondientes para aliviar de peso el cuerpo y el alma. Y estando allí, recordando que tenía todo el tiempo del mundo, nuestro tercermundista protagonista, colocó el teléfono en el piso en frente de sí y púsose a pulsar teclas en el mando a distancia con el mismo frenesí que un pianista en un concierto, pero con los pantalones bajados.
Y estando muy enfrascado en descifrar cada una de las funciones, cuando como si entendimiento propio tuviese, aquel artilugio calculó que mi estómago estaría vacío por un rato ha y decidió que era ya tiempo prudente de que me levantara. Así, de muy malas maneras, arrojó un chorro potente, caliente; tan varonil que me hizo lanzar el ¡Oh! más gay que tal circunstancia requería.
Creo prudente haceros saber que este mensaje lo he escritsobre mi trono sentado y que la espera rebasa ya los cinco minutos largos. Pero muy a gusto eso sí. Limpios pues mi estómago y hasta mis viejos pecados porque los nuevos los estoy escribiendo sobre la marcha, viendo que el viril aparato no da muestra de cansancio tengo dos opciones: Me levanto y dejo un desmadre tras de mí en el baño o pido auxilio a los bomberos para que por favor cierren la llave de paso.
Hechas, pues, estas notas, sépanme con ninguna intención de pulsar otro botón del mando, no sea que comience la fiesta desde el principio y con el estómago literalmente hecho agua, dejo a la voluntad del altísimo poner fin a esta epopeya.
P.S.:
El aparato es más inteligente que yo, en cuanto sintió que el peso de mi cuerpo lo abandonada cesó el agua. ¡Cosas del desarrollo!