Sabores de la infancia
El sabor no ocupa espacio.
Hay cosas especiales que pones en tu mochila cuando decides cruzar el mar. Lo clásico es un libro (de cocina), unas foto, una lista de teléfonos de gente que te puede ayudar y poco más. Pero hay otras que se cuelan sin darte cuenta. No lo sabes, pero los sabores de tu infancia están ahí.
Una vez recién llegado, probé algo a lo que los alemanes llaman Leberkäse que me trajo de vuelta a mi memoria gustativa unas latas rojas, pequeñas, que ponían en letras amarillas: «Jamón del diablo».
—¿no te gusta? Me preguntaron todos al ver mi reacción.
Parece una tontería pero es una reacción muy fuerte cada vez que me pasa. Porque el sabor no llega solo, lo acompañan recuerdos, olores, experiencias que reconstruyen una escena borrosa en la película de la que has sido protagonista.
Cuando eso pasa, cuando regresan los sabores de la infancia, el mundo que habíamos perdido, recupera un trozo. Como hoy.
No había comido una de estas desde que sonó el timbre y terminó el receso en mi tercer grado.
¡Hace casi 50 años!