¡Ay, como me gustan los yumas!

¡Ay, como me gustan los yumas!

Ayer, abatido por la despedida de Alemania del mundial de fútbol acepté leer un poco las noticias en Cubadebate si total ¿qué puede ser peor?

Y como no hay situación tan mala no pueda ser peor encuentro un artículo muy serio —en términos de aquella gente— enfrascado en desmentir un bulo en las redes que afirma que Ikea y otras grandes cadenas de tiendas internacionales se aprestaban a abrir operaciones en Cuba.

Lo triste —o sorprendente según se vea— no es que esos ineptos piensen que tales compañías puedan tener interés en ellos que no producen absolutamente nada, sino el derroche de «patriotismo» en los comentarios.

«Este país necesita inversión extranjera», «necesitamos atraer extranjeros», «tenemos que estimular la llegada de capital extranjero. ¡Ay, como me gustan los yumas!».

Páginas y páginas llenas de comentarios-plegarias a «San Extranjero».

Y yo pregunto: ¿y qué tal si le dan una oportunidad a las manos, al esfuerzo, a la inventiva, al sudor nacional, al emprendimiento propio?


Nota a los cuadros, a los factores, a los actores, a las fuerzas productivas (1) y al ciberclariato en general:

Ikea no cayó del cielo, la comenzó un tipo enterrado en la nieve hasta las orejas en 1943 que no podía sentarse a esperar que llegara un extranjero con billetes al culo del mundo donde vivía a hacerle la vida más llevadera. Así que no le quedó otra que tomar el hacha, ponerse a cortar los árboles, hacer muebles y venderlos. Todo él mismo.
En los inicios de casi cada compañía exitosa hay un tipo pobre sin miedo al trabajo que decide alimentar a su familia por sus propios medios. Nadie ha muerto por trabajar.


(1) ¡Si ese país produjera algo además de nombres y verborrea!


Y ya, que llegó mi parada y me tengo que bajar para ir a trabajar. No tengo ganas, la verdad, pero no puedo esperar que un yuma alimente a los dos negritos bajo mi responsabilidad. Ellos dependen de mi.

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