Historia de la Arquitectura y el Nerd
Durante mis estudios en la Universidad de La Habana (La Cujae), tuve la suerte de tener profesores muy buenos, excelentes tengo la suerte de decir. Pero hay uno que recuerdo con mucho agradecimiento: Roberto Segre, profesor de Historia de la Arquitectura. Un argentino que no daba más opciones que odiarlo o amarlo. De él repito una y otra vez la siguiente anécdota que un día tuvo a bien decirnos: “El día que desde el bus veas un detalle de un edificio pasar y a pesar de haber esperado horas ese bus, decidas bajarte en la próxima parada solo para ir a contemplar ese detalle, tomar notas escritas o mentales de sus proporciones, ese día; solo a partir de ese día puedes llamarte arquitecto”.
Todos rieron, incluso yo, pues una guagua en Cuba fue y sigue siendo algo difícil de atrapar. Pero el hecho de que la frase está aquí casi cuarenta años más tarde, demuestra que yo, para mis adentros, la aprobé y la guardé. Sí, yo era lo que llaman hoy un nerd. Nadie es perfecto.
Era profesor de conferencias, por tanto no creo que haya reparado en mí, uno más dentro de la masa de estudiantes que abarrotaba el teatro para ver sus diapositivas a colores. Era la Cuba de los ochenta donde ver obras maestras de la arquitectura en primera persona era un sueño con las mismas posibilidades que un viaje a la luna.
Las décadas pasan y el mundo es otro. En su cumpleaños algunos de mis conocidos rentan un helicóptero y sobrevuelan Berlín por un rato, otros derrochan adrenalina conduciendo un Lamborghini en la Autobahn alemana sin límite de velocidad, que ya hay que tener huevos para eso.
Yo el nerd, compré una entrada para la casa de Dios, La Sagrada Familia.
No me entiendan mal, soy el tipo más ateo del mundo, puedo jurarlo sobre la Biblia de ser necesario. He visitado edificios religiosos de todos los estilos, épocas, tamaños y materiales. De tanto hacerlo, la Historia de la Arquitectura se ha convertido en mi hobby. Por eso cuando hablo de Dios es porque no hay palabras humanas para describir semejante obra.
Fui a la visita con la batería del móvil cargada al 100% y un powerbank. Salí del lugar literalmente de espaldas, después de haber quemado allí más de seis horas, con más de 1200 fotos nuevas y recorrer diecisiete kilómetros según mi teléfono, quien junto con el powerbank y yo salimos todos con las baterías vacías.
La red está inundada de información acerca de La Sagrada Familia. No hay nada original que pueda decir yo acerca de esta obra. Recomiendo el artículo Templo expiatorio de la Sagrada Familia de Wikipedia; un artículo larguísimo pero ameno con todo tipo de detalles que ayudará mucho a los estudiantes de arquitectur, a los arquitectos o a quien tenga un rato para una buena lectura.
Quien desee una lectura más confiable puede realizar una visita virtual bajando la aplicación La sagrada Familia oficial. Y esta -la oficial- es solo una dentro de varias aplicaciones que permiten hacer este recorrido.
Ya habría querido yo haber tenido toda esa información a mano en mis tiempos de estudiante.
Pero lo que sí puedo y pretendo hacer en este y en algunos post que seguirán es sustentar, por comparación con otros templos, mi afirmación de que La Sagrada Familia es el mejor edificio religioso de la historia de la arquitectura” que usé en mi reciente post “Barcelona In crescendo» y que ha hecho llevarse las manos a la cabeza a más de un colega.
De eso se trata la arquitectura, de debatir.