Escuela para señoritas

Escuela para señoritas

Facebook me recomienda en su publicidad un curso entero pa ligar. Una especie de escuela para señoritas y señoritos. Tan jodido está el mundo que hay quien paga para ser una persona normal. Qué se ha hecho del universal método de prueba y error nadie sabe. ¿De dónde salió este miedo al fracaso? Tampoco. Nos extinguimos.

Recuerdo una entrevista de trabajo en Berlín para la posición de «product manager» en una Web especializada en búsqueda de parejas. Mientras más avanzaba el entrevistador en explicarme lo novedoso de su matching algorithm más me convencía yo que aquello no tenía ni pies ni cabeza. Tanto que cuando me dió oportunidad de hablar yo mismo le dije que no creía en su producto. Los métodos de toda la vida funcionan, ¿por qué deberíamos cambiarlos? le dije, me disculpé y me fui.

En mi tiempo eran mamá y papá quienes te ponían de la A a la Z en la cabeza. O tu hermano mayor o el vecino o los amigos o sencillamente el instinto. Claro, que no había Google, pero aún así no me veo yo buscando cosas que ya están dentro de mi.

Cuando tenía 14 ó 15 años, mi mamá me llevaba de paseo y me dejaba asumir el papel de hombre. Como mismo las gatas enseñan a cazar a sus gatitos, ella me repetía una y otra vez que debía tomar siempre el lado de la calle mientras caminábamos por la acera o que el hombre trae todo lo que le debe colgar desde nacimiento, no necesita ni aretes, ni pulseras ni mariconerías de esas. Un reloj y ya». No he perdido ninguna de las dos costumbres.

Hace años, mientras trabajaba en eBay, alguien del equipo de habla española, viendo a la peña milenial, lanzó la idea de poner una escuela para señoritas. Y por qué no también para señoritos, si son tal para cuál.

Con cátedras de «caminao», de piropos, de flirteo y así. Tenía una jefa de Dublin que era una belleza, dulce como nadie, pero al caminar, ¡Oh dios! Al caminar parecía ir empujando un piano.

Antes de ser acusado de heteropatriarcal, politicamente incorrecto, no inclusivo, no vegano y pongan precio a mi cabeza, diré en mi defensa que alguien capaz de lanzar piropos en la calle en Berlín a mujeres alemanas sin conocerlas y hacerlas sonreir no merece la muerte sino una cátedra. Mi propia cátedra en la escuela para señoritas y además estáis invitadas.

Mi madre podría haber tenido su propia cátedra allí con un cartel en la puerta que dijese: «Lean pues el hombre que no tiene nada en la cabeza no sabe qué hacer con la lengua».

Mi vejo ganaría por derecho propio su posición con solo recordar este consejo que me dió acerca del amor y el alcohol:

«Si conduces no bebas, si bebes no conduzcas ni folles».

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