Cuando el Rosinenbomber mueva sus alas
La abuela de mis hijos guarda en su mente historias tan vivas y bien contadas que cuando habla a los nietos yo arrimo una silla y hago silencio. No le hace falta citar princesas o criaturas sobrenaturales porque pone tanta magia en los detalles de su niñez que pronto nos hace olvidar que habiendo nacido en 1942, su infancia transcurrió en la postguerra. Fue en su voz que oí una de las historias más hermosas que he oido jamás: la historia del Rosinenbomber, el bombardero de caramelos.
Esto más o menos fue lo que contó:
La guerra aún estaba fresca en las mentes de los alemanes. La ciudad destruida, los servicios precarios, los cortes de electricidad no daban lugar a dudas: la guerra había sido una idea terrible y la alegría había sido una de sus víctimas.
Además de todos esos problemas, lo más significativo era vivir en una ciudad dividida en cuatro sectores de manera que cada potencia ganadora administraba el pedazo bajo su cuidado y organizaba los trabajos de abastecimiento y reconstrucción.
Nunca hubo tanto poder concentrado en tan pequeño espacio y eso no podía terminar bien. Pronto comenzaron las tensiones y la amenaza de estallido de una nueva guerra se mantenía sobrevolando esta ciudad. En 1948, los Estados Unidos ya había aprobado un plan de ayuda (se refiere al plan Marshall) para la reconstrucción de esta parte de la ciudad a diferencia de los soviéticos que habían impuesto una multa como pago a los daños causados por la guerra a los del este.
Y como los suministros de la parte occidental eran mucho mejores y mas continuos que la parte bajo el mando soviético el mercado negro floreció. A pesar de que tenías que pasar por controles para visitar a tu familia que vivía en el otro lado de Berlín muchos de los productos que llegaban a una parte se vendían en la otra.
Para tratar de combatir esto los aliados occidentales introdujeron una nueva moneda de curso en los territorios que ocupaban, el Deutschemarkt (Marco alemán), para sustituir a la vieja moneda tan devaluada el Reichtmark (Marco imperial).
Y la reacción soviética no se hizo esperar. Para forzar a las potencias occicdentales a que retiraran la reforma monetaria ordenaron un bloqueo a la parte occidental que quedaba en medio de la zona ocupada por los soviéticos. Al impedir que llegasen mercancías por carretera o en tren, tenían la esperanza de rendir en poco tiempo a la ciudad por hambre.
Como respuesta los aliados intentaron el plan más loco que alguien podía imaginar en ese momento, crear un flujo continuo de mercancias por aire y cubrir así todas las necesidades diarias de una ciudad entera. Hablamos de 1948, incluso los americanos no podían logra tal cosa solos, por eso se les unieron aviones de Gran Bretaña, Canadá, Australia, Nueva Zelanda y Sudáfrica. Así nació el «Luftbrücke» (Puente aereo) que en su momento más intenso logró aterrizar hasta 900 aviones al día en tempelhof.
Pero aquí viene la parte más interesante:
Ante tantos aviones aterrizando en Tempelhof el aeropuerto se convirtió en un espectáculo para los berlineses que se paraban a ver los aviones desde la cerca. Sobre todo los pequeños. Y scucedió que un piloto, mientras esperaba ser reabastecido de combustible se acercó a hablar con la gente y le dió un par de bombones y chocolates a los niños. Imaginense ustedes la cara de esos niños que no habían visto nunca chocolate en su vida. Lejos de botar el papel, se lo pasaban unos a otros para olerlo. El piloto al ver esto, les prometió que regresaría en su próximo vuelo con más caramelos.
«Y cómo te vamos a reconocer»- le preguntaron los niños.
«Moveré las alas para que sepan que soy yo»
Para el siguiente vuelo, el piloto de apellido Halvorsen, antes de aterrizar movió el aparato a derecha e izquierda como había convenido con los niños y acto seguido lanzó unos cuantos caramelos atados a un pañuelo en forma de paracaidas. La noticia se extendió rapidamente por la ciudad y cada vez más niños se reunían a esperar al «bombardero de caramelos».
A pesar de ser una idea temeraria, pues estas piruetas sucedían justo en la cara de los cañones soviéticos, esta idea se expandió por entre los pilotos que realizaban vuelos a Berlin. Así antes de aterrizar en Tempelhof los aviones «movían sus alas» y dejaban un rastro de alegría en los niños.
El bloqueo a la ciudad duró poco más de un año durante el que fueron arojadas varias toneladas de caramelos y confituras enviadas por niños de los Estados Unidos a los niños de berlín occidental. Por eso hoy, a la entrada de Tempelhof, en la plaza der «Lufbrücke», hay un monumento al «Rosinenbomber», el bombardero de chocolate que nos alegró un poco la vida de los niños que vivíamos en esta ciudad.