Para eso son los amigos.
Sentados a mi lado, mientras esperamos el pedido, mis colegas hablan de trabajo y temas que me son ajenos a una velocidad que hace imposible para mi seguirles y, cuando eso pasa, me desconecto; no puedo evitarlo. Mi vista se va a pasear por el local, salta de un comensal a otro en las mesas contiguas, miro el teléfono, la decoración y finalmente el curioso cartel lumínico.
Hace veinte años los restaurantes vietnamitas eran locales oscuros, visitados casi exclusivamente por gente de aquel país agobiados por la lejanía y la ¿Cómo se dice morriña en vietnamita? Da igual, ustedes entienden. Hoy estos son lugares chic, donde los alemanes comen con palitos, degustan sushi bajado con mango Lassi, burritos y hasta tapas. Los vietnamitas han pasado de ser el grupo de estudiantes más muertos de hambre en la RDA -incluso más que los cubanos- a uno de los grupos de inmigrantes mejor posicionados dentro de la sociedad alemana. Todo a base de trabajo. Bien por ellos.
Y no es el único caso. Hace pocos meses leí en la prensa que la diáspora etíope había comenzado un retorno lento pero constante a su antigua patria. Contracorriente, de Alemania a Etiopía. Así mismo como oyen, en dirección contraria.
Y es que, a pesar de los titulares del fin del mundo, hoy las sociedades viven mejor que nunca, más personas viven más y mejores años. Los pobres son cada vez menos y menos pobres. Y si no todo es progreso y buenas cosas, al menos avanzar no suena tan lejano como hace 200 años.
Por eso, cuando finalmente llegó aquel diminuto camarero con la orden, me vinieron a la mente los miles de vietnamitas que estudiaron en Cuba y los africanos de todos los países de aquel continente y los nicas y los miles de chilenos refugiados que invadieron nuestras aulas tras el 73. Y pensé en todos los que bien o mal se beneficiaron de la solidaridad cubana. Fuese en Cuba o tratados sus males por médicos cubanos en lugares tan remotos que ni sus mismos coterráneos se atrevían a visitar.
Me pregunté entonces dónde están ahora aquellos tantos amigos de los que nos ufanábamos. Hoy que Cuba languidece en difícil situación. Dudo que alguien nos tire una mano, que aparezca el samaritano que nos evite el desastre cada vez más próximo.
Ya sé que no es noble pedir pago por la asistencia que prestamos al necesitado que una vez acudió a nosotros. Puede parecer ofensivo que yo saque a relucir tal asunto; pero la situación no está como para ponerse digno. La situación nuestra quiero decir.
Si he de ser sincero, desearía que si alguna vez remontamos esta eterna crisis, el jefe de gobierno de turno, además de inteligente, sea más lúcido a la hora de escoger amigos. Que no olvide nuestra soledad en la desgracia hoy.
Que el mundo funciona de otra manera y la solidaridad no es unPhogettable