Dejá vue

He tenido un Dejá vue. Al termino mi primera semana de trabajo con una visita a obra. Estaré a cargo de la remodelación de un hotel histórico en el centro del otrora Berlín oeste. Visitado por personalidades de cine y la cultura alemana de principios del siglo pasado. Sus salas llevan nombres del tamaño de Marlene Dietrich o Walter Gropius.

Hay proyectos que te aseguran la entrada al cielo, o al infierno. Pero no pasan sin dejar huellas. Y este parece ser uno de ellos. No hay términos medios: cielo o infierno.

1989

Con mi diploma recién estrenado llegué al sótano del Hotel Nacional de Cuba. Mi misión no era nada compleja, hacer unas mediciones y volver. Pero los constructores son unos jodedores y preparaban mi bienvenida. Ya mi padre albañil me había alertado de las novatadas, de la escuadra redonda y del nivel inclinado conque bautizan a los principiantes en obra. Yo iba preparado, o eso creía.

No hice más que poner un pie en el sótano y se acercó a mi un tipo, sin camisa, sudoroso, con una inmensa llave inglesa en la mano gritándome: ¡Arquitecto, arquitecto, hay un escape de gas! ¿Cuál tubería es la que hay que cortar?

Yo, todo silencio, mudo, petrificado.

¡¿Cuál, dígame cuál que la gente está atrapada allá abajo?!

Me cagué.

Por suerte, al ver mi cara, mi interlocutor no pudo contener una enorme carcajada a la que se sumaron todos los constructores/actores cercanos.

Año 2020. Dejá vue

Recorrí ayer un sótano lleno de humedad, corroido, que pide a gritos una remodelación. Eso lo saben los dueños, por eso estoy aquí. Sobre mis hombros la responsabilidad, sobre mi cabeza una telaraña de tuberías de todas las formas, colores, diámetros y funciones. Geométricamente organizadas, debidamente señalizadas en perfecto idioma alemán. ¡Alto ahí! ¿En idioma alemán?

Espero que Google translator me eche una mano para no cortar la tubería equivocada y alcancemos todos el cielo más rápido de lo que pensaba; incluso antes de comenzar el proyecto.